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¡A la brisa, el pecho!

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Escrito por: Cristina Londoño Chavarriaga
Gerente de Gestión Humana

Un asunto que marca la existencia de los seres humanos es el tiempo que se comparte en familia, y con especial insistencia en la infancia. Esta situación marcó uno de los grandes momentos de la vida de doña Adriana Quiroz, como es conocida hoy en Confiar. Sin lugar a dudas lo vivido en su infancia ha determinado su carácter decidido y valiente, su mirada generosa y su capacidad de situarse donde el universo la vaya colocando.

Nació el 4 de enero de 1963 en el municipio de Cañasgordas, Antioquia. Es la cuarta de seis hermanos y la primera mujer (son cuatro hombres hermanos y una hermana). El papá era un hombre de campo con vocación de comerciante. Tenía un puesto en la plaza de mercado: vendía fríjol y maíz; así se rebuscaba la plata. Dirían hoy algunas personas que su mamá no trabajaba, pero Adriana sonriente recuerda todo lo contrario: «Ha sido ama de casa y demasiado trabajadora, trabajaba más que mi papá, que no me escuche».

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Doña Celina siempre ha sido una mujer trabajadora que supo buscar las maneras en las que sus hijos e hijas pudieran estudiar y salir adelante, una mujer de creencias firmes y muy querendona. Así los años hayan menguado el ritmo de sus actividades, hoy Adriana la ve feliz y demasiado amorosa. Adriana nació en una familia empobrecida, no pobre, pues era una familia con muchísimo espíritu, fuerza, amor y solidaridad. Una familia que se acompaña y se quiere mucho. Al papá y a la mamá les tocó vivir la guerra entre liberales y conservadores, y sus familias fueron desplazadas de sus pueblos por el conflicto colombiano.

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Recién casados, los padres de Adriana vivieron en Copacabana, pero la situación económica los hizo regresar a Cañasgordas. Allí Adriana vivió hasta los 7 años con su familia. A partir de ese momento, su mamá toma la decisión de dejarla con la tía Margarita para irse a Chigorodó. Se fueron todos y todas, menos Adriana.

 

Empezó a estudiar muy joven para la época. Ella siempre se ha reconocido como una persona adelantada, precoz y desde niña con un gusto por las cosas de las personas adultas: la lectura, los libros, las conversaciones, las revistas, la prensa, las preguntas, las cartillas. Al crecer en medio de los tíos y la tía, estos intereses se afianzaron.

 

Matricularon a su hermano Israel Alberto en el colegio en primero elemental en 1969, en este tiempo no había guarderías ni prescolar. Adriana entonces lo acompañó como asistente y así comenzó a estudiar. Luego se enfermó, y lamentablemente no lo pudo volver a acompañar.

 

La profesora Carola Muñoz no solo le pegaba con una regla por ser zurda, también la invitaba a declamar en el colegio. Adriana fue de las primeras y únicas que empezó a leer rápidamente mientras acompañaba a su hermano a clase, además siempre le ha gustado la poesía y el estudio, dos grandes placeres que encontraban lugar y privilegio en los salones del colegio. Logró pues por estas razones continuar los estudios después de superada su enfermedad.

 

Siempre su pasión ha sido estudiar, estudiar y estudiar; casi de manera obsesiva se levantaba en la madrugada a leer, tanto que se estaba volviendo a enfermar por la angustia, el cansancio y por no dormir lo correspondiente para su edad. El doctor le dijo en ese momento que estaba muy pequeña para esto, que si no se controlaba no podría volver al colegio. Con esta advertencia logró regular su ansiedad, conciliar el sueño y dormir más o menos bien.

 

Un dolor profundo que la acompañó por mucho tiempo fue la separación a tan temprana edad de su familia. Hoy esta situación ya no la agobia y con el tiempo dejó de preguntarse por qué la mamá la dejó con la tía y se fue con los otros cuatro hijos y la otra hija para Chigorodó, aunque reconoce que este episodio le ha marcado su existencia.

 

La mayor parte de la primaria la estudió estando con la tía Margarita en Cañasgordas. En vacaciones iba a pasear a la casa de su mamá en Chigorodó y se encontraba con que sus cuatro hermanos y su hermana se habían ido a pasar unos días donde los tíos y la tía. Asimismo, el papá y la mamá estaban a cargo de los negocios, por lo que compartir con ellos se convertía en un asunto complejo.

 

El bachillerato lo inició en el Colegio Agropecuario de Chigorodó, el clima le afectó nuevamente su salud. Se enfermó y la enviaron a estudiar a Bello, allí cursó primero y segundo de bachillerato. En ese tiempo vivió con otro tío.

 

Adriana regresó a los 12 años a Cañasgordas y estudió tercero y cuarto de Bachillerato acompañada nuevamente de la tía Margarita. Su tía es la única hermana de la mamá y es como una segunda madre para ella. En quinto de bachillerato regresó a Chigorodó, en el fondo como un reclamo a la cercanía con su mamá, ambas se echaban en falta y de manera natural siempre se extrañaron mutuamente… Lo que Adriana no entendió del todo, es por qué fue ella la que tuvo que moverse de lugar y no sus hermanos o su hermana.

Su mamá y su papá poco la conocían en esencia. Tanto en la primaria como en el bachillerato Adriana se destacó en los grupos, hizo parte del comité estudiantil, del comité cívico, fue monitora de clase durante todo el bachillerato. Se describe así misma como una mujer siempre en función de las causas colectivas.

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A los 15 años organizó y lideró marchas estudiantiles, y claro, doña Celina y don Israel no conocían esta faceta «revolucionaria» de Adriana. A la mamá casi le da un soponcio cuando la vio encabezar estas revueltas y verla en un camión de militares yendo a imprimir boletines estudiantiles en una sede militar que, si mal no recuerda, se llamaba la Maporita, hoy perteneciente al municipio de Carepa.

El papá y la mamá no fueron capaces de soportar este asunto y la volvieron a mandar a Bello, donde terminó el quinto de bachillerato en 1978. Al año siguiente dos de sus hermanos mayores también se fueron a Bello a estudiar y esto movió a doña Celina a irse a vivir con sus tres hijos.

 

Adriana volvió a convivir con su mamá hasta sus 22 años, edad en la que se casó. Cinco años de convivencia en los que tuvieron algunos choques y dificultades, naturalmente fundados en que poco habían convivido. Cuando empezó a trabajar, mientras estudiaba su último grado de bachillerato, pudo empezar a aportar para que las condiciones de la familia fueran mejores. La relación con su mamá mejoró poco a poco en la medida en que fueron compartiendo más asuntos.

 

Desde muy pequeña se ha rebuscado la vida, aprendió a defenderse y a viajar sola. Adriana se ha visto siempre distinta a sus hermanos y hermana por su experiencia de vida, sin embargo, hoy la relación es bastante cercana con toda la familia.

Siempre está en búsqueda, con mucha capacidad de lucha, en movimiento por los sueños y con una insatisfacción por las realidades que no se corresponden con ellos. Subirse a un bus con su ropa en una caja de cartón a los 7 años para irse a otro lugar lejos de su familia es una de las imágenes recurrentes al pensar en su infancia.

 

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Su primer trabajo formal fue en un almacén de telas que se llamaba Tres X, allí trabajaba los fines de semana. A finales de 1979 se retiró para trabajar como secretaria de un psicólogo por correspondencia, este trabajo no lo disfrutó y sin embargo permaneció en él 3 años. Ahí se escampó mientras terminaba sus estudios de Delineante de Arquitectura.

 

En 1982 oficializó su relación con su gran amigo Sergio. El vigilante del edificio La Ceiba le comentó a Sergio que estaban buscando una secretaria en Confiar, él le comentó a Adriana y ella le respondió que ella no era secretaria, que ella solo era chuzógrafa. Finalmente, ante tanta insistencia, y con un poco de pena, accedió y se presentó.

Pasó el proceso de selección y empezó muy asustada. Inició en la Cooperativa en 1983, un 28 de febrero. Llegó a este lugar que hoy define como privilegiado, y en el que su motivación también fue pensar que ganar $1.000 más supondría un gran avance para su familia (en su anterior trabajo ganaba $8.500 aproximadamente). La decisión de trabajar en Confiar la tomó en consenso con su mamá.

 

Llegó a una empresa donde eran solo cuatro personas que se sentaban en una mesa redonda a trabajar, a plantear el que hacer, a construir empresa. Un espacio donde estaba todo por hacer, lo que le llenó de temor y miedo porque su imaginario de empresa era otro. Finalmente, encontró un espacio donde las cuatro personas que estaban en ese momento, «Don Gómez, Blanca Estella y Dora Elena», tenían una forma de vivir muy peculiar y muy en sintonía con las maneras, la personalidad y el carácter de Adriana.

 

Este choque supuso resignificar las relaciones laborales, los espacios de las empresas y el imaginario sobre el trabajo. Sentir que le preguntaban, que la tenían en cuenta, independientemente de que aún se sentía «menor de edad», la hacía sentir reconocida y acompañada.

Encontró en Confiar, hace 38 años, un papelógrafo en blanco para construir con personas apasionadas, entusiasmadas, comprometidas y convencidas de un proyecto solidario.

 

Trabajando en la Cooperativa, se dio cuenta de que tenía que fortalecer los conocimientos en administración ante esta nueva realidad. «Una cosa es lo que una desea y otra es la que el universo le pone». Cursó Administración de Empresas de Economía Solidaria al mismo tiempo que nacieron sus hijos Natalia Andrea y Sergio Andrés. La actitud de estudio y aprendizaje siempre ha estado, pues en su trayectoria laboral no ha dejado de realizar diplomados, cursos y formaciones que dan respuesta a las exigencias del cargo: formación financiera, en riesgos, gestión estratégica, en calidad…

En 1987 nació su hija Natalia que se casó en el 2011 con 24 años. Situación que hizo entrar en shock a Adriana porque su hija todo el tiempo le dijo que se casaría a los 40. En este momento se hizo consciente de su ausencia en el crecimiento de sus hijos, del disfrute de su hogar y de su espacio. En el 2012 se dieron cuenta de la enfermedad de su esposo y a partir de este instante le dio un giro la vida para aprender a cuidar y a cuidarse, adoptó hábitos de vida saludable, de alimentación sana, de economía doméstica, de cómo llevar una vida más liviana y ligera de equipaje.

Un 6 de agosto, previo al aniversario de boda de Adriana y Sergio, estaban cenando para celebrar en familia. Su hija Natalia abrió la celebración diciendo que les iba a dar el regalo de aniversario: les entregó la ecografía de Ana Lucía.

 

Ana Lucía su nieta mayor nació el 1 de marzo de 2017 siendo muy anhelada y deseada por toda la familia, especialmente por Sergio su abuelo. Adriana tenía más controlado el anhelo, quizá como mecanismo de defensa por las dos pérdidas que habían sufrido.

Ese 1 de marzo de 2017, se vistió de blanco y de fiesta. Se compró un vestido pintado a mano para recibir con alegría este bello milagro para la familia. Buena parte de las cosas bellas que le han pasado a Adriana coinciden en fechas cercanas al mes que advierte la primavera; energía fresca, ligera y espontánea que ha impregnado su esencia y su ser para hacer otro mundo más vivible para todas las personas. Ve en sus nietas Ana Lucía y Elena, quien nace en 2019, el rostro de las futuras generaciones por las que se compromete cotidianamente. 

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Su conocimiento como Delineante de Arquitectura sintió que lo aplicó realmente cuando se decidió remodelar la primera sede situada en Sucre. En este momento fue responsable de los servicios administrativos de Confiar. Fue un tiempo de trabajo apasionado, comprometido y brillante, que le hizo ganarse la confianza incluso del Consejo de Administración.

 

En este rol le correspondió hacer el montaje completo de la Oficina Itagüí en 1992. Tanto así que terminó siendo la directora de la agencia, es decir, la montó y le tocó abrirla sabiendo absolutamente todo lo de la oficina, menos cómo ser directora. En un escritorio de casi 2 metros de ancho, con las manos en la cabeza, y sin saber por dónde arrancar, le correspondía entrevistar a quienes harían parte del equipo de trabajo de la oficina. Este día se seleccionaron la secretaria y el cajero. Adriana se encargaba de la inducción y Jorge Echeverri, con quien dio apertura a la agencia, les mostraba toda la parte operativa.

Este momento fue muy complejo y al mismo tiempo muy importante, porque además de que tuvo que chicar agua por un daño en la oficina, no tener modelo de apertura, no conocer la tasa de interés que se iba a dar, tenía que hacer frente a los conocimientos que necesitaba para poder superar la angustia y desarrollar su trabajo.

 

«Don Gómez», como ella llama al jefe, llegó a la oficina un día al medio día, le vio la cara de angustia y le respondió con contundencia ante la solicitud de que reconsiderara si era la persona adecuada para dirigir la Oficina de Itagüí. Algo así le dijo: ¿Qué?, ¿ese puesto te va a quedar grande?

 Finalmente aceptó entregarse una vez más a estudiar todo lo que no manejaba de la operación de la oficina, mientras su compañero Jorge que sí lo controlaba disfrutaba de sus vacaciones. En definitiva, todo lo que no sabía hacer Adriana era todo lo que tenía que ver con caja, tecnología y el cuadre operativo de la oficina.

 

Estuvo 6 meses en la agencia Itagüí y la entregó para abrir la Agencia Colombia en octubre de 1992. Un reto más que asumió con compromiso y conocimiento y que la llevó a convertirse en la persona que daba apertura a todas las agencias hasta 1999 que entrega la primera oficina en Tunja.

En este mismo año la cooperativa aprobó un plan de desarrollo que incluyó el cambio de razón social, de Confiar Caja Cooperativa se pasó a ser una cooperativa abierta, con autorización para ejercer la actividad financiera, reconocida dentro de la estructura del estatuto orgánico financiero como cooperativa financiera. Esta intención estuvo acompañada del fortalecimiento de la presencia de Confiar en Medellín y su Área Metropolitana, así como en los municipios polo de desarrollo en las regiones y subregiones de Antioquia.

 

En este tiempo, en medio de la crisis del sector cooperativo, a Adriana la ascienden a directora de control interno. Le correspondió coordinar, hacer el seguimiento y control de tecnología y operaciones. La Cooperativa empezó a ser vigilada por la Superintendencia Financiera de Colombia, con todo lo que esto supuso. Otro reto que no le quedó grande, gracias a los trasnochos estudiando las normas nuevas, cuadrando cartera, haciendo balances.

Aprendió a conocer muy profundamente la Cooperativa y se convirtió en el puente con la Superfinanciera. Fue una época altamente compleja y dura que no solo la talló, sino que la puso a prueba en el talante, en la fortaleza, como ella hoy lo expresa: «tuve perrenque».

 

Este tiempo fue para Adriana como hacer un doctorado y al mismo tiempo, una suerte de viacrucis. Tuvo manejo, conocimiento, capacidad de gestión, entrega y relacionamiento. Además, siempre le acompañó su creencia profunda en que nada es casualidad, que todo hay que agradecerlo porque las cosas se dan como se tienen que dar, siempre para bien.

Su placer por la música lo entrega con amor al legado de lo que es la Cultura Confiar hoy. En diferentes espacios insistió amorosa para que la pasión, el amor, la lucha y la perseverancia que lleva consigo el proyecto solidario y cooperativo de Confiar se acompasaran en los acordes de Víctor Heredia, uno de sus cantautores favoritos, en lo que se reconoce hoy como el himno de Confiar: El Misterioso Dragón.

 

Hoy reconoce con entereza que a lo largo de estos años su mayor aprendizaje ha sido descubrir que no es la princesa del cuento de hadas, que es el ser humano que sencillamente es. Descubre en cada paso que puede permitirse el lujo de no ser perfecta, de equivocarse.

Cuando se mira en el espejo ya no busca la que fue, le sonríe a la que es, se alegra del camino andado, de los errores cometidos y los aciertos disfrutados. Se alegra de apostarle plenamente a lo que cree, y de saber que está convencida para seguirlo haciendo.

Adriana, esa mujer de movimientos enérgicos, piel luminosa y cuidada, hombros que se balancean al ritmo de sus sentimientos, pies que no se detienen, ojos que no callan ni la alegría ni el dolor, manos firmes y seguras que abrazan con ternura los sueños y las personas que rodean su realidad. Cabellos libres, ropa creativa y bella, conversaciones profundas que revelan a una mujer que siempre ha sabido que, A LA BRISA, EL PECHO.

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